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Desapego

Y la música suena más fuerte y llega la sensación recargada de que todo está bien, una mezcla de paz y euforia más intensa con los shots que van y vienen. Los veo a todos sonriendo, disfrutando y dejándose llevar…me dejo llevar también hacia un lugar cualquiera donde solo existe el momento. Primero bailo solo, luego con alguien, y luego con todos, y no importa si se quedan o se van; vuelvo a sentir ese desapego que se parece a la libertad. Las luces se prenden y se apagan, y cambian de color, y estoy ahí, siendo yo, pero nadie puede verme como soy. Un trago más de cerveza helada que ahora pasa como agua y me fijo en la Martina que se quita el saco y se recoge el pelo por el calor, y el cuello le queda desnudo, como las orejas sin aretes, y me mira de lejos con esos ojazos. Un “Buenos días, señor…señor, buenos días” me trae de vuelta a la realidad. Abro los ojos y ya no hay música ni gente ni luces, solo un paisaje armónico por la ventana del tren, y en lugar de la Martina, una señora m

Fragmentos



Y era legítimo perseguir esa explosión de alegría, llámese euforia, aun sabiendo que no sería sostenible en el tiempo, que desembocaría en su propia contracara, que era una bola de cristal destinada a estrellarse y disolverse en fragmentos. Era legítimo emocionarse porque sí, sin pensar en el mañana, con toda la esperanza en el ahora.

Pero la felicidad estaba lejos de ese clímax; era tal vez un hábito, una costumbre, una desgastada camiseta de uso diario y resultaba vergonzoso asociarla a un uniforme y no a una convicción. Y por un azar bien calculado, valía la pena contrariar al viento, caminar de la mano, romper el silencio, sentirnos invencibles un momento, inmortalizarnos en el beso.

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